sábado, 23 de abril de 2011

Carson McCullers

Fragmento de "El corazón es un cazador solitario"

       Cuando estaba solo en el tejado, Andrew sentía siempre que necesitaba gritar, pero no sabía qué era lo que quería decir. Le parecía que si pudiera expresarlo con palabras, dejaría de ser un chico descalzo, de pies grandes y toscos, y manos que le colgaban torpemente de las mangas —que se le habían quedado cortas— de su camisa de leñador. Si encontraba las frases sería un gran hombre, una especie de Dios, y lo que gritara haría claras y sencillas las cosas que le preocupaban a él y a todo el mundo. Su voz sería potente y semejante a la música y hombres y mujeres saldrían de sus casas, le escucharían y sabrían que lo que decía era verdad, de manera que serían como una sola persona y el mundo en su totalidad lo entendería. Pero por intenso que fuera aquel sentimiento, nunca logró convertirlo en palabras. Se mantenía allí en equilibrio, atascado, pero dispuesto a estallar, y si su voz no hubiera sido chillona e insegura, habría intentado gritar la música de uno de sus discos de Wagner. No podía hacer nada. Y cuando el resto de la pandilla salía de la casa y lo veía allí arriba, Andrew sentía un pánico repentino, como si se le hubieran caído los pantalones de pana. Para cubrir su desnudez, gritaba algo estúpido como Amigos, romanos, compatriotas o Shakespeare, dale una patada donde duela, y luego se bajaba del tejado sintiéndose vacío y avergonzado y más solo que nadie en el mundo.

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