sábado, 3 de noviembre de 2007

¿Quién teme a Virginia Wollf?, de Edward Albee

Evocado por Dani

Martha: El gran problema de George con respecto al pequeño... iJa, ja, ja! Con respecto a nuestro hijo, nuestro magnífico hijo, es que en lo más profundo de su naturaleza más íntima no está del todo seguro de que sea su hijo.
George (profundamente serio): ¡Dios mío, qué perversa eres!
Martha: Y eso que te dije muchas veces que sólo quería concebir contigo... lo sabes muy bien, mi amor.
George: Estás llena de perversidad.
Honey ( en plena borrachera, pero triste ): ¡ Dios mío, Dios mío!
Nick: No me parece un tema para...
George: Martha miente. Quiero que lo sepan: Martha miente. ( Martha se ríe). Son muy pocas cosas en este mundo de las cuales estoy seguro... los limites del país, el nivel del océano, las alianzas políticas, los principios morales... no pondría mi mano en el fuego por nada de eso, pero de la única cosa de la que estoy realmente seguro es de mi participación en la creación de nuestro hijo, de ojos rubios y pelo azul.
(...)

Martha (agresiva): Quizá tengas razón, querido. Entre tú y yo ya no hay posibilidad de nada... ¡porque tú no eres nada! ¡ZAS! ¡Saltó el resorte esta noche en la fiesta de papá! ( Con intenso desprecio, pero también con amargura). Yo estaba allí sentada... Mirándote... luego miraba a los hombres que te rodeaban... más jóvenes... hombres que llegarán a ser algo. Te miraba y de pronto descubrí que tú ya no existías. ¡En ese momento se rompió el resorte! ¡Finalmente se rompió! Y ahora lo voy a gritar a los cuatro vientos, lo voy a aullar, y no me importa lo que hagas. Y voy a provocar un escándalo como jamás has visto.
George (muy calmo): Ese juego me apasiona. Comienza y verás cómo te mato el punto.
Martha (esperanzada): ¿Es un desafío, George?
George: Es un desafío, Martha.
Martha: Vas a perder, querido.
George: Ten cuidado, Martha, te voy a hacer trizas.
Martha: No eres lo bastante hombre para eso, te faltan agallas.
George: ¿Guerra a muerte?
Martha: A muerte.
Hay un silencio. Los dos parecen aliviados y exaltados.
(...)

George: (Vuelve con las bebidas de Nick y Honey): Pues en los tiempos en que cortejaba a Martha, ella siempre pedía las cosas más rebuscadas. ¡Era increíble! Íbamos a un bar, fíjate, un bar de esos que tienen whisky, cerveza, burbon, y entonces arrugaba el ceño, se estrujaba las meninges y me salía con Brandy Alexanders, Creme de cacao frappé, un destornillador, ponches en llamas, bebidas espirituosas a siete bandas.
Martha: Estaban buenas, me encantaban.
George: Bebidas de verdad para toda una dama.
Martha: ¡Oye! ¿Dónde está mi friega de alcohol?
George (Va hacia el minibar): Pero los años han conducido a Martha a cierto sentido de las esencias, a la certeza de que la crema es para el café, el zumo de lima para las tartas y el alcohol (Lleva a Martha su bebida), puro y simple... aquí tienes, ángel mío... para los puros y simples (Levanta su copa). Por el ojo ciego de la mente, el reposo del corazón y los estragos del hígado. Todos juntos, hasta el fondo.
Martha (A todos): Salud, amigos. (Beben). Eres un poeta nato, George, tienes algo de Dylan Thomas que me llega muy adentro.
George: ¡Mira que eres ordinaria! ¡En presencia de invitados!
Martha: ¡Ja, ja, ja, ja!

viernes, 2 de noviembre de 2007

Humberto Costantini

El cielo entre durmientes

Evocado por Tere


      "Salimos como balas. Una ametralladora de pasos y el crujido de los terrones resecos. Oigo el jadeo de Ernesto y apenas veo su camiseta amarilla pegada a mi costado. Me pongo enormemente contento cuando dejo de verla y cuando siento que el jadeo va quedando atrás. Apenas por un par de metros, pero llego primero arriba. Y desde arriba lo miro triunfante.
      Ernesto tiene la cara negra de tierra y un sudor barroso le forma ríos en la nuca y la espalda. Yo debo estar igual porque en la manga que me pasé por la frente queda una gran mancha negra y húmeda.
      A Ernesto se le ocurre caminar por la vía y vamos pisando los durmientes o haciendo equilibrio sobre los rieles. Lo más lindo son los puentes. Cuando allá abajo vemos la calle entre los durmientes deslizándose como un río. Algunos son muy altos y hay que pisar bien para no caerse. Yo camino despacio, aparentando indiferencia, pero sintiendo en todo momento un ligero vértigo que me obliga a clavar la vista en mis pies, a calcular cada pisada, hipnotizado por ese lomo de tierra que se mueve sin cesar debajo mío."